Parí a mi primer hijo en una clínica privada. En aquel entonces, con poca información, me entregué a los médicos ("el que sabe") sin mucho cuestionamiento sobre las prácticas que llevarían a cabo en el proceso de parto. Aquella experiencia, que sólo pude comprender a través del tiempo, estuvo signada por la violencia obstétrica.

Mis siguientes dos hijes, diez años después, nacieron en casa con mi compañero y una partera. Los partos domiciliarios son una alternativa donde se acompaña recuperando el protagonismo de madre e hije, y poniendo atención tanto en la fisiología como en aspectos emocionales y espirituales.

A lo largo de siete años documenté más de 46 nacimientos, en hospitales y en domicilio. Las imágenes estuvieron disponibles en diversos ámbitos, publicaciones y muestras, como aporte activista por el derecho al parto respetado.

Al mismo tiempo, me formé como doula y acompañé. Atravesé situaciones difíciles, violentas, emotivas, amorosas y mágicas. Armando mi árbol genealógico encontré en un viejo álbum familiar la imagen del nacimiento de mi madre: en casa y con una partera.

Pocos han sido los años que pasaron desde que entregamos ese momento tan íntimo a una cadena de montaje que responde a protocolos en un sistema de salud mecanicista y signado por pautas de mercado. 

Es tal la magnitud, la potencia de dar a luz libre y responsablemente, en plena conexión con nuestro cuerpo, y lo inmensamente poderosas que nos sentimos habiendo atravesado una experiencia así, que me pregunto:

 ¿cómo es posible que hayamos entregado tanto poder?


Este proyecto surge como grito, como posibilidad y también como pregunta.

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